Existen muchas clases de luces que nos rodean a diario, luces de neon, luces de colores, luces de escaparates, pero solo hay un tipo de luz que nace en nuestro interior: Nuestra luz. Esa que alimenta nuestro interior, nuestro corazón, nuestra mente, la que ilumina nuestro camino, mostrando salidas, puertas, piedras, obstáculos, cascadas, ríos y mares. Esa luz que ayuda a combatir nuestros miedos, inseguridades, temores, frustraciones, iluminando nuestra zona más oscura. Tenemos la grandeza de poseer una luz única cada uno de nosotros.
Debemos mantener esa luz activa, encendida, trabajarla a diario para que no se apague. Habrá momentos que su intensidad disminuya, y seremos conscientes para luego hacer un esfuerzo y que no se apague. Trabajarla con nuestra mente y cuerpo en equilibrio, con calma y paciencia, consiguiendo mantener su llama.
Aferrarse en esos momentos a otra luz externa es caer en el parasitismo lumínico, convirtiéndonos en dependientes de luz. Desplomarse en ello nos convierte en personas débiles, que viven entre las sombras de otros, perdidos en nuestro propio camino, ya que esa luz externa solo ilumina un único camino y no es el nuestro. Perdemos nuestros sueños, nuestra personalidad, nuestra calma, y vivimos bajo el miedo de la oscuridad y de quedarnos en ella eternamente. Nos conformamos con un único rayo de luz, que aparece y desaparece continuamente, intermitentemente. Quedamos desamparados cuando el rayo de luz se va, y renacemos cuando vuelve.
Despertar, resurgir y renacer, gracias a nuestra luz interior, es lo más reconfortante que una persona puede vivir. Crear nuestra propia luz a partir de nuestra propia energía, nos hace más fuertes ante las adversidades. Logramos ver nuestro camino, ver aquellos obstáculos que podemos saltar o bordear para no caernos, y si caemos nos ilumina la escalera, la mano amiga, y la herida que se cura. Luchemos por construirla y mantenerla.
Un día alguien me dijo: “aquel que pregunta es un tonto por cinco minutos, pero el que no pregunta permanece tonto para siempre” y me gustaría utilizar esta frase, porque si un día no sabemos porqué nuestra luz está debilitada, pregunta y pide ayuda, no esperes, porque un día puede apagarse y no volver a encenderse.
Hay momentos en nuestras vidas que nos marcan, nos persiguen y atacan a nuestra luz interna, a nuestro propio equilibro. Acercarse al abismo y mirar atrás como si nada pasara solo lleva caer por el precipicio, por ello y por mucho más, lo mejor es preguntar si hay un puente o una cuerda que nos aleje del barranco, y cuando volvamos a tierra firme, hay que comprender que ese abismo fue creado en nuestra mente, y que seguimos con nuestra luz intacta, que nos ha dado fuerza para salir adelante
Descubrir que al final no hay luz que pueda copiarse, no hay luz que pueda robarse, solo existe una única luz que nos pertenece y la creamos nosotros: la luz propia.